Déjalo, no insistas, no lo vas a entender

Déjalo, no insistas, no lo vas a entender.

Que no, que no es una cuestión ni de distancias, ni de tiempos, ni de ganar o perder, ni mucho menos de gloria o fracaso, no sigas, no tiene sentido.

Que no, que no te puedo explicar lo que es vivir con un nudo de miedos e incertidumbres en el estómago, un mar de dudas que no te abandona hasta que te fundes en el abrazo de bienvenida con esos mis locos que, año tras año, vuelven para inyectarse la misma droga. Aquí no hay palabras, aquí hay sentimiento, cómo quieres que te lo explique.

Cómo quieres que te explique las sensaciones previas, el neopreno, la calidez sobre tu piel, ese olor que te transporta a tiempos pasados, en ese mismo escenario, con esa misma gente, te entra el miedo, parece mentira, las manos tiemblan tantos años después, pero ahí está presto el compañero de nombre desconocido “deja que yo te lo subo”.

Fotografía/ Jorge Zapata

``Cómo pretendes entender que resulta imposible controlar el ímpetu, que quedando todo y más por delante, te vacías en un estéril sprint de salida, sin embargo es lo que necesitas para ponerte a tono, eso tú no lo puedes entender.``

Cómo quieres que te explique a que sabe el agua santa, ni dulce ni salada, que te habla en la boca y te suelta un “esto ya ha empezado, disfruta”.

Cómo pretendes entender que resulta imposible controlar el ímpetu, que quedando todo y más por delante, te vacías en un estéril sprint de salida, sin embargo es lo que necesitas para ponerte a tono, eso tú no lo puedes entender.

Apenas has empezado y ya te falta el aire, sobre tu cabeza ronda el “y todo lo que me queda”, la adrenalina comienza a fluir, a una brazada le sigue otra, acompasado, presente pero ausente, giras para inspirar, y ahí está, donde siembre ha estado, por cientos, quizás miles de años, impasible, elegante, quieta, esperando a que la escales, esperando a machacarte las piernas, un escalofrío recorre tu cuerpo, te ves insignificante ante tanta grandiosidad, sigues braceando, vuelves a respirar y a sus faldas vislumbras el Castillo, la Plaza, también deberás subir hasta allí, pero no, tú no lo puedes entender.

Tú no puedes entender lo que es trepar, con el cuerpo todavía mojado y la piel erizada, a doscientas pulsaciones, Las Palomas, un puerto de categoría paca (pacagarse), en el que no eres capaz de regular, de sentir fluidez alguna, la natación te ha dejado apuntillado, y solo llegando al final consigues encontrar tu ritmo, o mejor dicho, un ritmo, pero ay madre mía, cómo has disfrutado cada una de sus revueltas, te has asomado una y otra vez a comprobar lo devorado, los metros ganados, la conquista de la impasible, el marco incomparable, la perspectiva ahora ya sí del majestuoso pantano, tu batalla personal, tú eso no lo entiendes.

Fotografía/ Diego Escobedo

Cómo quieres que te explique a que sabe el agua santa, ni dulce ni salada, que te habla en la boca y te suelta un “esto ya ha empezado, disfruta”.

No, por mucho que te lo cuente nunca entenderás lo que es echar cinco duras horas sobre la flaca, con el olor a payoyo metido hasta las venas, y la espada de Damocles en el centro de tus pensamientos, la carrera, una verdadera lucha mental, todavía esto no ha empezado y El Boyar hace mella, los cuádriceps van a reventar, los isquios te avisan, el cuello realmente te aflige y el pandero ya no sabes cómo acoplarlo, pero sí, con todo y con eso, te estás deleitando, así que déjalo, tú esto no lo entiendes.

Cómo pretendes que te explique lo que es terminar la infernal lucha sobre la bicicleta para intentar calzarte las zapatillas, lidiando que el nervio ciático no te pegue un trallazo, o el bicep femoral no se te suba hasta la cadera dejándote inútil la pierna, es ahí donde entra el coraje, si coraje, quizás hayas escuchado ese término antes, coraje es no dejarse vencer por el cansancio, por el dolor, coraje es saber que transitas por territorio inexplorado, pero que a ti, aunque sea cojo, manco o tuerto, no te va vencer ni la extenuación máxima.

Bajas y subes, subes y bajas, ni un metro llano, casi sientes vergüenza del ritmo que llevas, bien podría decirse que tienes una estampa deplorable, sin embargo el dorsal que portas te imprime carácter, te distingue, ahí sigues, como un autómata, una pierna tras otra, vives el momento culmen, y sufres, sufres mucho, sufres solidariamente, los ánimos van y vienen entre nosotros, nos comprendemos, es aquí donde se encuentra el sentido y no sentado sobre tu silla tratando de imaginártelo, no, así no, imposible.

Tú no puedes ni atisbar lo que supone afrontar totalmente vacío la cuesta final de Zahara para entrar glorioso en su Plaza, no sabes lo que se siente al ver que aquél que te servía de acicate, por mucho que has intentado alcanzarle, al final entra delante tuya, y sin embargo te espera bajo el arco, no sabes cómo se llama, no has hablado nunca con él, mas os dais un abrazo como si os conocierais de toda la vida, como quieres que te explique lo que es la confraternidad, la hermandad o la camaradería.

/ Tino Mackinlay forma parte de la familia del Titán y es el autor de este texto. Esta fotografía fue tomada por Fali Avilés en la meta del Titán IX.

Tú no entiendes que esto te agarra y no te suelta, tanto como para volver a sus carreteras a jugarte el tipo después de haber rozado la muerte en ellas, que te lo cuente el bueno de José María Coronilla, capaz de volver para pulverizar todas las subidas, y perder lo ganado en las bajadas, porque a la postre somos titanes y no chalados. Capaz de batir todos los récords de carrera, llevarse el mejor parcial a pie y no buscar gloria en ello, siendo su único interés abrazarte cuando llegas, preguntarte cómo estás, cómo te ha ido, que le cuentes, que disfrutes con él el sabor de la plaza, no, no te lo puedo explicar.

No te puedo explicar que admiro infinitamente más a los entran detrás de mí, que a los inhumanos que me han precedido, y por mucho, en la meta, son auténticos héroes ante los que solo que cabe inclinarse, ahí siguen, expuestos indefinidamente a este dolor insoportable, sin fuerzas, con ausencia de todo, excepto de una voluntad de hierro capaz de mover montañas si hace falta, resistiendo.

Pero tú esto no lo entiendes, porque tú amigo, tú que tanto preguntas, tú no eres un Titán.

El Titán no se entiende, el Titán se siente.

Por Tino Mackinlay
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